La escritora Uva de Aragón creció en una familia de la burguesía intelectual de La Habana. Tras la revolución de 1959 se exilió con su familia a Estados Unidos. A sus 79 años visita Madrid, el Madrid de sus raíces genealógicas y al que ha estado siempre apegada, para la representación única de Memoria del silencio (Teatro Mayko, sábado 21), una obra basada en su novela del mismo título sobre dos gemelas cubanas que se reencuentran décadas después de separarse por el hachazo político.
Pregunta. ¿Por qué dos gemelas?
Porque durante mucho tiempo pensé que quienes sufríamos un gran vacío éramos los que nos habíamos ido, y al final comprendí que el exilio había dejado un vacío igual de grande entre quienes se quedaron, lleno de los fantasmas de nosotros. Es la metáfora de una nación escindida.
Respuesta. ¿Sigue igual de escindida?
Ideológicamente, bastante, pero la tecnología ha facilitado la comunicación. Ya no es como cuando una carta tardaba mes y medio en llegar y sentíamos como si Cuba hubiese sido absorbida por un agujero negro. Ahora yo por Facebook estoy más enterada del día a día de La Habana que de lo que pasa en mi barrio de Miami.
P. ¿No se identifica con Miami?
R. No solo con Miami, con Estados Unidos en general. Más que miamense me siento habanera, y hasta te diría que a estas alturas me siento más madrileña que habanera; y lo mismo que te digo eso, te digo que yo no soy nada, que soy una exiliada y mi país es la literatura.
P. ¿Qué es el exilio?
R. Una enfermedad incurable.
P. ¿Qué pasó cuando volvió a Cuba 40 años después?
R. Tuve miedo de sentirme extranjera en mi país, pero me sentí acogida, me sentí en mi casa. Me sanó heridas. El pueblo cubano sigue siendo un pueblo muy noble y Cuba sigue teniendo magia. La tiene pese a todo y ahí seguirá esperando siempre, eso es indestructible.
P. ¿Cómo es su magia?
R. Es un enamoramiento.
P. ¿Hubiera preferido quedarse, pese a todo?
R. Pese a todo, no. Sin ese todo, sí. De cualquier manera, esta historia nuestra es una historia en la que no ha habido ganadores, ni aquí ni allá. Perdimos los que nos fuimos y perdieron los que se quedaron, todavía más, porque perdieron lo más valioso, la libertad.
P. ¿Su posición política cambió con los años?
R. Al principio del exilio era anticomunista, piqueteé frente a la embajada de la URSS en Washington, nevando a todo nevar… En los noventa con los intercambios culturales empecé a conocer a intelectuales y académicos cubanos y me di cuenta de que éramos como una cuchara, un lado cóncavo y otro convexo pero la misma cuchara. Desde entonces siempre he tratado de promover la ayuda a Cuba y la reconciliación.
P. ¿Qué le han aportado los viajes a la isla?
R. Que se me reconociese como parte de la literatura cubana. Los autores exiliados, no solo los cubanos, siempre han sido dejados de lado y silenciados. Y yo desde joven en Estados Unidos quise ser una escritora cubana, no una escritora americana, por eso decidí escribir en español, cultivar el nexo íntimo entre idioma e identidad.
¿Qué espera de Cuba?
Ya no tengo respuesta. Me he equivocado tantas veces, que ya no veo luz ninguna en el horizonte. Y me duele muchísimo lo que te digo. Para mí Cuba es como llevar un hijo muerto en las entrañas.
¿Y de Estados Unidos?
Si Cuba siempre fue el centro de mis preocupaciones, ahora todavía me preocupa más Estados Unidos. Es el país de mis nietos.
Si vuelve a ser presidente Trump…
Ya me fui de Cuba. ¿Adónde me voy ahora, a Madrid?
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