“Publícalo todo. Lo feo, lo bueno y lo malo, que sea el lector el que decida lo que vale o no”, fueron las últimas instrucciones que dejó antes de morir J. D. Salinger (1919-2010), uno de los escritores anglosajones más influyentes del siglo pasado, a su hijo Matt. Se refería a la obra, hasta ahora inédita, que escribió durante los últimos 45 años de su vida, en los que permaneció sin publicar y reacio a la vida pública. Desde entonces, Matt Salinger (Vermont, 63 años) es el albacea del material no revelado de su padre, del que habla muy poco y por el que recibe constantemente presiones para lanzarlo de una vez: “Recibo cartas de personas de 80 años que quieren leerlo antes de morir. Si no termino este proyecto en dos o tres años, estaré decepcionado”.
Matt Salinger está en la mira del mundo literario desde 2019, cuando anunció que estaba trabajando en la edición de la producción desconocida de su padre —aquella que escribió después de su último relato publicado, en 1965 en The New Yorker― junto a su viuda y otra albacea. “Va muy lento y me está costando”, confiesa en un hotel de Madrid, en el centro de Madrid. Lleva consigo las ediciones en inglés de Nueve cuentos, Franny y Zooey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción. “El guardián entre el centeno [con casi 70 millones de ejemplares vendidos] se promociona por sí solo, pero estos no todo el mundo los lee y me parecen más profundos como lectura”. De ellos hablará con el cineasta y escritor Rodrigo Cortés este miércoles en el Instituto Internacional de Madrid, en la que es su primera visita a España, invitado por Alianza Editorial, editora que publica la obra de J. D. Salinger en español con la traducción de Carmen Criado.
“Lo más difícil de mi trabajo es ser un malabarista. Tengo que encargarme de contratos, renovaciones, aprobar portadas y ayudar a las editoriales para los planes de marketing. Me ocupo de todo ello y al mismo tiempo soy padre y marido”, reclama Matt Salinger, quien asegura que ha dejado de lado su profesión como actor (”solo lo justo para no perder el seguro”) y productor. Con todo, es consciente de que el tiempo se le puede estar acabando: “Estoy en esa edad en la que te invitan a funerales. Con la viuda de mi padre, siempre decimos: ‘¡Nada de enfermarse!’. Tengo 63 y me gustaría acabar con la responsabilidad que tengo con mi padre antes de cumplir 70″.
J. D. Salinger le dejó a su hijo “cientos de miles” de páginas (algunas solo con una frase) que escribió durante las casi cinco décadas en las que estuvo aislado de la vida pública en una aldea de menos de 2.000 habitantes en el Estado de New Hampshire. “Malgasté como tres años en buscar una tecnología que me permitiera hacer una transcripción de esos cuadernos”, recuerda Salinger. En esa búsqueda probó un software óptico que “no terminaba de ser perfecto”, recibió la ayuda de un compañero que había trabajado en la CIA y enfermó de una artritis que ahora debe paliar con infiltraciones para escribir a mano. “He llegado a un punto en el que utilizo un software de dictado al que le voy leyendo las páginas para que las convierta en texto”.
¿Este material sin revelar está conformado por una larga novela o son más bien varios relatos? “No voy a decir lo que hay o no hay. Quiero que sea una sorpresa”, responde tajantemente Salinger. Insiste en hablar de “la obra”, en singular, como un todo genérico, un solo material. “Hice una entrevista con The New York Times hace unos años y el periodista escribía ‘nuevas obras’ de Salinger. Lo llamé cabreado porque cuando dice eso habla de distintas publicaciones, distintos libros físicos, y eso yo no lo he dicho”, advierte. Los guionistas de Hollywood Shane Salerno y David Shields publicaron en 2013 la biografía no autorizada Salinger, en la que anunciaban que iban a ser cinco los libros que completarán la obra del difunto escritor. “Todo mentira”, desmiente Salinger sin guardarse el desprecio por el documental que salió de aquel libro, con más de un millón de euros de presupuesto y nueve años de trabajo.
“Nunca les perdonaré hasta que me muera porque usaron su ego para ganar dinero y vender libros. Es algo deshonesto. Hay mucha gente herida que busca en la literatura una cura y aparecen estos cabrones mintiéndoles. ¿Cómo se atreven?”. Salerno y Shields argumentaban que todo lo que decían estaba comprobado por dos fuentes. “Las dos únicas personas que leímos todo fuimos su viuda y yo; entonces, ¿a quiénes entrevistaron?”, comenta Salinger sobre el trabajo desconocido de su padre, que estuvo a punto de publicarse en una pequeña editorial de Carolina, cuando aún vivía.
Matt Salinger se llena la boca de elogios y exaltaciones sobre su progenitor. Se toma su tiempo para pensar cada respuesta y que esta no deshonre su memoria. “Era un hombre cariñoso, lo amaba, era extraordinario. He tenido la enorme suerte de conocerlo y ya no digo la suerte de ser su hijo”. Se esfuerza en contener las lágrimas, con largas pausas de silencio si es necesario, cada vez que se le pregunta sobre la relación que tenía con él.
“Ahora que estoy leyendo su obra es como volver a ver un amigo. Es un reencuentro familiar. Echo de menos escuchar su voz y puedo encontrar en este tesoro sus ideas, sus pensamientos, sus historias”. Tenía entre 10 y 11 años cuando empezó a tener consciencia de que tenía un padre famoso. Recuerda la enorme valla de madera que rodeaba su casa para proteger su privacidad, pero en la que siempre se colaban periodistas y curiosos. En una de las fotos que trascendieron, J. D. Salinger está golpeando a un fotógrafo que buscaba una exclusiva. Mantiene su propia teoría sobre por qué dejó de publicar: “Creo que sintió una profunda decepción porque los intelectuales no eran capaces de ver lo que en realidad era su obra y los críticos no encontraban cosas que esperaban ver”.
Salinger hijo opina que su padre era reacio al contacto con el público porque su esencia como persona estaba en sus libros. Todo lo que querían saber de él lo podían encontrar en su obra. Así, la empatía que tenía con los niños —“siempre quería saber lo que tenían que decir mis amigos”― se refleja en el personaje de Sybil del cuento Un día perfecto para el pez plátano o en el hecho de que Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, solo congenie con pequeños. Mientras que en Seymour: una introducción da rienda suelta a sus reflexiones sobre el arte por encima del artista.
La visión idealizada que tiene Matt Salinger de su padre se opone a la que expone su hermana Margaret en Dream Catcher, unas memorias en las que aborda la complicada y a veces distante relación que tuvo con el autor. Lo dibuja como un egoísta entregado a su trabajo. “No reconozco a la familia que ella describe, eso no quiere decir que su opinión no sea válida”. Tanto Matt como Margaret son hijos de Claire Douglas, la segunda de las tres esposas de su padre, en el marco de un matrimonio que duró de 1955 a 1967.
Salinger cree que los pensamientos de su padre son mucho más evidentes en los otros tres libros que publicó en vida que en El guardián entre el centeno, pero quedaron eclipsados por este. Su favorito es Franny y Zooey : “Hay tantísimo sentido del humor, cariño, incluso filosofía, y también se habla de las religiones orientales”. Asegura que es el libro que más releyó su padre y que en sus últimos días lo tenía siempre al lado de la cama.
Los relatos de Nueve historias abarcan un periodo largo de escritura y fueron publicados entre 1948 y 1953. Sin embargo, algunos de ellos los había escrito mucho antes, cuando estaba en el frente de la Segunda Guerra Mundial. Cuenta su hijo la anécdota: “Enviaba textos desde el frente a diferentes revistas literarias. Tengo la correspondencia que mantuvo con su agente y otros editores. No me lo puedo imaginar luchando en una guerra, con miedo por su vida, en un caos absoluto, y que de repente llegue una carta que diga: ‘Esto no lo vamos a publicar’. Recibió muchísimas de esas”.
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