Los supermercados ofrecen cada vez más hortalizas que, con apenas unos minutos de microondas en la misma bolsa de plástico en la que se compran, quedan listos para comer. Patatas, coles o mezclas de diversas verduras vienen ya precocidas y, según las indicaciones de los productores, no es necesario cambiarlas a otro recipiente para cocinarlas, aunque seguro que sí para llevarlas a la mesa. Una investigación muestra que quizá sería mejor hacer el cambio de soporte antes de cocinarlas. Investigadores de la Universidad de Almería, liderados por Francisco José Díaz Galiano, han descubierto que ese proceso de cocinado en microondas provoca una transferencia, “muy acusada” explican, de componentes del plástico de la bolsa a la hortaliza. La investigación, publicada en la revista Food Chemistry, ha identificado además que la acción del microondas en estos casos crea un compuesto nuevo en la patata, que han llamado HMPP-maltosa. Según Díaz Galiano, es un compuesto “potencialmente tóxico” aunque aún se requieren nuevos estudios para asegurar o no esa toxicidad. Si significa, en cualquier caso, una nueva forma de ingesta de un componente tóxico del plástico que se adhiere al propio alimento.
Los investigadores almerienses tenían la sensación de que “en una situación muy energética como la del microondas, era más que posible que ciertos componentes del plástico migraran al alimento”. Y se pusieron a hacer todo tipo de pruebas con patatas de diferentes marcas dispensadas en bolsas y listas para ser cocinadas en ellas. Las realizaron con todas las variantes posibles: “En microondas en su bolsa de plástico y en microondas en recipiente de cristal, en ambos casos usando el tiempo aconsejado para la bolsa, o cocinadas en agua al fuego. En este caso les dimos más tiempo, entre 10 y 15 minutos”, cuenta Díaz Galiano, que recuerda que también se analizaron las patatas antes de cocinarlas. Hicieron 27 réplicas del experimento y “siempre aparecían las mismas diferencias”.
La experimentación dio lugar a dos resultados, “uno intuido y otro totalmente inesperado”, comenta el investigador. El que no les causó especial sorpresa es la transferencia de polímero del plástico al alimento. “Queda demostrado que existe una migración muy acusada de polímeros de polipropilenglicol (PPG) desde las bolsas de plástico hacia las patatas únicamente cuando estas se cocinan en el microondas en contacto con el plástico. Es decir, estos PPGs, de estar presentes en las bolsas, no se transfieren al alimento, salvo que se cocinen conjuntamente como se hace en el microondas”, dice Díaz Galiano. Esta transferencia concreta, añade, no descarta la de “otros compuestos presentes en el plástico. Es posible que otros migren al alimento solamente por contacto, pero, en este caso, nos hemos centrado en las diferencias durante el proceso de cocción en contacto con el alimento”. Para los investigadores, las conclusiones son indudables porque “existen compuestos químicos que son resultado exclusivo del proceso de cocción de la patata en contacto con el plástico que no se observan ni en la patata cruda, ni en la cocida en agua, ni en la cocida en vidrio en el microondas”.
Y junto a este resultado más o menos esperable, la experiencia ofreció uno imprevisto y que aún tiene recorrido hasta que se determine su importancia. Es la aparición de un nuevo compuesto. Los plásticos, detalla Díaz Galiano de un modo simple, tienen entre sus componentes “fotoiniciadores sintéticos, unos compuestos reactivos con muchas ganas de interactuar y encontrar algo a lo que unirse para crear nuevas moléculas de plástico, nuevos polímeros que surgirán a partir de la creación de estructuras que se multiplican y multiplican. Y la energía del microondas sobre la bolsa”, añade, “parece desencadenar un proceso cuyo resultado final es una combinación entre uno de esos fotoiniciadores sintéticos empleados en la síntesis de plásticos, el HMPP, y la maltosa, un producto natural componente del almidón de la patata. Dado que esta estructura, a la que han denominado de manera provisional HMPP-maltosa, “no se había descrito antes, no se pueden determinar aún sus propiedades, incluyendo su toxicidad o inocuidad” asevera el investigador.
Los indicios, no obstante, no son positivos para la salud porque, en cualquier caso, explica el también docente de química analítica, “sí podemos afirmar por un lado que el HMPP –2-hidroxi-2metilpropiofenona– en sí mismo es tóxico y, por otro, que los estudios mediante modelos de software indican que la combinación HMPP-maltosa es potencialmente tóxica para los seres vivos”. Por ahora, investigan posibles rutas sintéticas para crear dicho compuesto. “Luego, se podrán evaluar sus propiedades”, concluye.
La toxicidad o no de un plástico para uso alimentario está regulada por la Unión Europea desde 2011 en su Reglamento sobre materiales y objetos plásticos destinados a entrar en contacto con alimentos. De modo resumido, la aptitud del material se determina a partir de pruebas que analizan la interacción de los alimentos con los llamados “simulantes alimentarios”, productos que en los tests simulan ser los envoltorios plásticos. Hay seis simulantes, cinco de ellos líquidos —ácido acético, aceite vegetal y tres diluciones en distinta proporción de etanol y agua—, y un último sólido, llamado Tenax TA, que se usa por ejemplo para analizar los sobres de sopa en polvo. La interacción entre los alimentos y esos simulantes determinan su seguridad a partir de la transferencia o no de estos hacia la comida. Díaz Galiano cree que el método no es totalmente confiable hoy día porque reducen a solo seis grupos todas las posibilidades alimentarias y porque tras hacer la experiencia de las patatas también con simulantes, no se determinó traspaso de estos hacia los tubérculos, por lo que no acabaron de ejercer su teórico papel de plástico a juzgar por los resultados con el material real. “Las pruebas determinaron que no existía transferencia del simulante alimentario ni por el mero contacto con el plástico, ni antes ni después de su cocción”, cuenta, lo que se contradice con lo que ocurre al cocinar la patata en su bolsa.
“El paso de componentes del polímero plástico y de sus aditivos a los alimentos es un asunto bien conocido y estudiado”, comenta al analizar este estudio de la Universidad de Almería, Nicolás Olea, médico, profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada y experto en salud y medioambiente. Esa transferencia “sitúa a los materiales plásticos de uso alimentario y en la cocina, en la duda continua de su inocuidad y en la necesidad imperiosa de someter a análisis cualquier nuevo material, dada la plétora de compuestos químicos que el plástico cede al alimento, continúa. “Desafortunadamente, como demuestran los investigadores de este trabajo pionero, los protocolos para investigar esa transferencia fracasan en dos aspectos. De una parte, porque no cubren todas las combinaciones posibles de métodos de cocinado y tipo de alimento. De otra, lo que más llama la atención en este trabajo, porque nunca antes se han evaluado qué nuevos compuestos químicos aparecen en el alimento cuando se emplean los plásticos en su preparación”. La conclusión para Olea es rotunda: “No solo es necesario un control más estricto de cualquier innovación propuesta —una tarea que supera con mucho las posibilidades del sistema actual de control y seguridad alimentaria— sino que es obligación del productor y del vendedor advertir al público sobre los riesgos en los cambios de la forma habitual de cocinar. No es ético esperar a que la Autoridad Europea en Seguridad Alimentaria (EFSA) opine sobre el tema, simplemente, debes hacer saber al público que cocinar patatas en el microondas usando envases plásticos listos para cocinar suponen un riesgo de exposición a contaminantes tóxicos que nunca encontrarías hirviéndolas en tu olla habitual. No hay nada más sencillo”, concluye el investigador granadino, autor del libro Libérate de tóxicos.
Puedes seguir a MATERIA en Facebook, X e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_