Emilio de’ Cavalieri siempre tuvo muy clara la superioridad de su romana Rappresentatione di Anima, et di Corpo en comparación con la florentina Euridice, de Peri y Caccini. “Porque mi música hizo llorar y reír y agradó mucho, a diferencia de esta música de Florencia, que no conmovía en absoluto, a no ser hasta el aburrimiento y la irritación”, escribió a Marcello Accolti, secretario del gran duque Fernando I de Médici, el 24 de noviembre de 1600.
La friolera de 424 años después hemos podido comprobar la vigencia de su opinión. Y el público del Teatro Real quizá no lloró ni rió, el pasado sábado, 27 de noviembre, pero sí que le agradó mucho el estreno español de esta composición citada a menudo como antecedente de la ópera y el oratorio en los libros de historia. Una versión semiescenificada de Vox Luminis, que suponía el regreso al coso madrileño tras su exitoso King Arthur, de Purcell, con el añadido quizá innecesario de una videocreación.
La Rappresentatione di Anima, et di Corpo, que se estrenó en el Oratorio dei Filippini, en febrero de 1600, se define en el programa de mano como una “ópera en un prólogo y tres actos”. En realidad, se trata del primer intento conservado de combinar acción dramática y música que utiliza canto solista con acompañamiento continuo junto a danza y música instrumental. Por su naturaleza escénica remite al inminente nacimiento de la ópera, pero su contenido y contexto lo acercan al futuro oratorio. No debemos olvidar que Cavalieri, en su condición de músico, coreógrafo, administrador y diplomático actuó hasta finales de 1600 como supervisor artístico en la corte de los Medici, y también participó activamente en otro importante antecedente de la ópera: los intermedios de La Pellegrina, de 1589.
Esta producción de Vox Luminis se estrenó en el festival belga Flagey Choir Days, en octubre pasado. No obstante, el coro que dirige el bajo Lionel Meunier ya había abordado con éxito la obra de Cavalieri, en versión de concierto, en el Festival de Utrecht de 2021. Entonces como ahora, su interpretación ha sido un modelo de respeto a las indicaciones realizadas por Cavalieri en su edición publicada en septiembre de 1600, el primer impreso conocido con bajo cifrado. Es el caso de todas las inflexiones vocales seguidas con inusitada precisión y de una plantilla instrumental que, aunque no se especifica en la edición, sigue los consejos de variedad y adecuación del compositor con quince instrumentistas.
Para el inicio se optó por repetir la sinfonía del final del primer acto. Y quedó claro lo apropiado del conjunto en los diálogos de cornetto y violín, respectivamente, del costarricense Josué Meléndez y el finlancés Tuomo Suni. Pero también de la solemnidad que aportaban los trombones, la cremosidad en el registro medio con viola, viola da gamba y violone junto a la variada paleta de continuo. En el Teatro Real también se incluyó el proemio declamado por dos jóvenes, Avveduto y Prudentio, como representaciones alegóricas de la conciencia y la prudencia.
Pero la música de la edición de 1600 se inicia, en realidad, con la intervención en “recitar cantando” del Tiempo que realizó magistralmente el tenor Raffaele Giordani. Con una vocalidad natural y sin artificios que facilita la comprensión del texto, tal como prescribe el compositor. Ese mismo estilo lo adoptó, a continuación, el coro en la primera de sus muchas intervenciones, que alterna con el ritornello de los instrumentos. Y siguió, sin cambiar de estilo, otro de los personajes alegóricos, el Intelecto, en la voz ideal del tenor ligero gallego André Pérez Muíño.
Asistimos entonces al primer diálogo entre el Cuerpo y el Alma, y también al primer contraste. Me refiero a la diferencia entre el recitativo en modo menor del primero y a las intervenciones levemente más melódicas en modo mayor de la segunda. Giordani cantó también el Cuerpo, al igual que sucedió en el estreno romano donde el mismo cantante dio vida a los dos personajes, mientras que la mezzosoprano Sophia Faltas representó a una inocente Alma, que en el estrenó canto un niño. El primer acto terminó con otro coro con ritornello instrumental, pero la función no terminaba de despegar ni musical ni teatralmente.
No hay duda de la dificultad de una trama alegórica, pero tampoco ayudó la limitada puesta en escena y la videocreación. El movimiento escénico de Benoit De Leersnijder mejoró algo en los dos últimos actos, pero la realización vídeo ideada por Emilie Lauwers y realizada por Mario Melo terminó siendo redundante. Vemos una bella sucesión de libros de los que se extraen imágenes y donde se escriben fragmentos del texto cantado, a la que se añaden cuerpos en movimiento y naturalezas muertas. Una filmación que no conecta con la obra y termina por molestar cuando la acción se vuelve algo más viva.
Quedó claro, en el segundo acto, con el desarrollo y resolución del conflicto entre la sensualidad mundana y la fortaleza celestial. El coro ganó ahora en movimiento y sonó más compacto. Y funcionaron mucho mejor los contrastes. A la solemnidad recitativa del Consejo y el Mundo, que cantó el tenor Massimo Lombardi con un ideal timbre abaritonado, le siguió el divertido trío cancioneril formado por el Placer y dos acompañantes, donde destacó el contratenor Jan Kullmann, al que se unieron las preocupadas interpolaciones del Cuerpo y del Alma. E intervino después el cielo por medio del Ángel Custodio, con la excelente mezzo madrileña Victoria Cassano.
Todo conduce a la fundamental escena séptima, que fue uno de los mejores momentos de la noche. El Ángel Custodio y el Cuerpo despojan al Mundo y a la Vida Mundana de sus bellos pero engañosos ropajes y revelan así su verdadera fealdad. A destacar la brillante y sensual intervención de la soprano Estelle Lefort, como la Vida Mundana, que fue lo mejor de la noche a nivel teatral.
El tercer acto prosiguió el ascenso iniciado en el segundo. La trama refuerza la moraleja de la obra mostrando el sufrimiento de las Almas Condenadas cuando se abre la boca del infierno, y la alegría de las Almas Benditas cuando se abre el cielo. Lo primero fue otro de los momentos más destacados de la velada con el bajo-barítono Lóránt Najbauer, como Almas Condenadas, acompañado por un trombón y por el rugido de las violas y el tono metálico del ceterone junto a su coro doblado por el resto de los trombones. Lo segundo fue una pequeña decepción, pues la excelente soprano húngara Zsuzsi Tóth cantó sus adornadas intervenciones como Almas Benditas sin el color y la flexibilidad de antaño.
Para el final, Meunier optó por la versión con baile. Un número que recuerda al famoso Ballo del Granduca que cierra los intermedios de La Pellegrina, la composición más popular de Cavalieri. Vox Luminis cantó una versión sin prisa, paladeando el texto con alegría, y aprovechando cada ritornello instrumental para intensificar su movimiento escénico. Pero también asomaron leves imprecisiones mundanas en un conjunto que siempre suele cantar divinamente. El resultado no llegó a la altura del referido Purcell, de 2022, pero fue recibido con idéntica ovación y aplausos por el público.
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