“La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”, escribió Karl Marx. El movimiento autónomo, ya en la segunda mitad del siglo XX, se lo tomó al pie de la letra: consideró que las luchas debían ser espontáneas y autoorganizadas, sin la intromisión de sindicatos o partidos, y así se organizaron muchos trabajadores italianos en los años setenta. Por ejemplo, en las luchas de la Fiat, epítome de la industria en aquel país, que no solo incluyeron huelgas, sino también sabotajes, acciones de guerrilla o picos de absentismo.
El filósofo Toni Negri, fallecido este sábado a los 90 años, fue miembro de grupos como Potere Operaio o Autonomia Operaia, o de revistas como Quaderni Rossi o Classe Operaia en la convulsa Italia de los Años de Plomo. Plataformas desde las que se desarrolló el operaísmo (una corriente también promovida por Mario Tronti, que ponía al obrero como sujeto de las transformaciones del sistema y que criticaba con fuerza al poderoso e institucional Partido Comunista Italiano) y la posterior autonomía. En concreto, Negri afirmaba haberse convertido en comunista tras pasar una temporada en un kibbutz israelí, donde se practica la vida comunitaria.
La experiencia de Mayo del 68 había sido fundamental para el pensador, que no dejaría de darle vueltas en su obra. Por ejemplo, de grupos como Socialismo o Barbarie o los situacionistas franceses heredarían los autónomos la idea de que la alienación no solo sucede en el eterno conflicto entre Capital y Trabajo, sino que salía de la fábrica para extenderse a toda la sociedad: la crítica debía hacerse no solo desde la cadena de montaje sino desde la vida cotidiana.
Había preocupación por el tiempo libre, por la vivienda, por los barrios, por el tedio existencial, porque la vida tuviera un sentido. Había rechazo del trabajo, de una existencia gris amarrada a un salario. ¡Lo queremos todo!, tituló una de sus novelas el poeta afín Nanni Balestrini. Además, el “obrero social”, concepto trabajado por Negri, ya no sería solo el obrero fabril, sino todos los que colaboran a la producción de la sociedad en la era postindustrial, también en campos inmateriales como la cultura, la información o la academia.
El movimiento autónomo tuvo raigambre comunista (de hecho, las memorias de Negri se titulan Historia de un comunista, publicadas por Traficantes de Sueños), pero también mimbres anarquistas: la autonomía fue muy influyente en el movimiento de las radios libres (Radio Alice, la primera en Italia, fue fundada por el también pensador en activo Franco Bifo Berardi), en las luchas urbanas, en la insumisión, así como en los Centros Sociales Okupados y Autogestionados (CSOA) que abrieron las okupaciones a los barrios de forma menos contracultural y más transversal, sobre todo la década de los noventa.
En la España de los setenta también se registró cierta actividad autónoma, por ejemplo en los Grupos de Obreros Autónomos (GOA), entre los estibadores del puerto de Barcelona, en la huelga de Roca (iniciada a finales de 1976) o en diversas expresiones de la cultura underground. Véase el libro Luchas autónomas en los años setenta (Traficantes de Sueños) del colectivo Espai en Blanc.
Las ideas de Negri cobraron de nuevo repercusión al calor del movimiento antiglobalización, en el cambio de siglo, cuando se dieron tumultuosas cumbres y protestas como las de Seattle (1999) o Génova (2001). Podríamos hablar de una segunda etapa en su pensamiento, fuertemente conectada con la primera, tras regresar de su exilio francés, y centrada en la publicación de Imperio (Paidós, 2000), escrito en colaboración de Michael Hardt.
El Imperio aquí no es el imperio estadounidense, ni ningún gobierno organizado y jerárquico, sino una red de poder global no centralizada en ningún estado o lugar (que, en su fluidez y descentralización, recuerda al concepto de rizoma de Deleuze y Guattari). Un conglomerado variable de estados, poderes financieros, compañías multinacionales, medios de comunicación o instituciones internacionales. No está en ningún sitio, pero está por todas partes.
Frente al Imperio se alza la Multitud (así se tituló la segunda parte de la obra, de 2004), que ya no es la clase trabajadora organizada, sino otro conglomerado también diverso, descentralizado, horizontal y fluido que se opone al poder imperial y que se ramifica en diferentes luchas. Una idea que se asemeja a la variopinta militancia antiglobalización de la época, una diversidad que luego pudo replicarse en movimientos como Occupy Wall Street o el 15M español y que, de una manera más dislocada, también recuerda a la contestación más contemporánea.
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