Un trozo de aire humanizado | Del tirador a la ciudad | Cultura

“Un trozo de aire humanizado” es la definición que, tras algunas vueltas, el arquitecto Miguel Fisac (Daimiel, Ciudad Real, 1913-Madrid, 2006) consiguió hacer de lo que, para él, era la arquitectura. Las vueltas las dio entre los que consideraba los tres pilares de la arquitectura y lo que, en su opinión, carecía de fuerza comparable. Así se preguntaba, por ejemplo, si se debía dar por muerto un racionalismo del que ni siquiera se quería hablar. Sentía que se debía huir de los formalismos fantasmagóricos, los ropajes eruditos y tratar de afrontar el desaliento y la desorientación.

Como recoge esta Autobiografía (editorial Caniche), Fisac se debatió entre la función y la expresión “por temperamento y por el paisaje físico y psíquico” de su infancia. La dualidad clásico-expresivista (sic) la vivió como una lucha interna. “Mi actitud temperamental está en la fuerza expresiva”. Defendía que “no hay arte sin tensión ni belleza sin equilibrio”. Sentía aversión hacia los botones, sobre todo hacia los de nácar. Consideraba a Piacentini frívolo y a la vivienda social el principal problema arquitectónico.

Viendo, fotografiada, la obra de Frank Lloyd Wright supo que debía viajar a Japón. Consiguió que los padres benedictinos le pagaran el viaje a cambio de dar unas conferencias en Manila. Y en Kioto lo vio. Supo que la casa tradicional japonesa, ante la impotencia de dominar la naturaleza, la acepta. “Cuatro paredes y un techo no son arquitectura, sino el aire que queda dentro”. Lao Tse había dictado su definición de arquitectura. A partir de entonces Frank Lloyd Wright le pareció superfluo.

Portada del libro ‘Autobiografía’ de Miguel Fisac.Editorial Caniche

Su credo arquitectónico lo llevó a concluir que:

1-Toda arquitectura está plantada en un paisaje. Los conceptos son esenciales, no formales. Deriva tanto de la gente como de los pueblos.

2-El aire de Lao Tse es la sinceridad y la honradez.

3-La organización del espacio es la de un ser vivo (la arquitectura de un mondongo, decía él). La organización orgánica. Esa organización alcanzaba la expresividad de los materiales y, entre estos, el hormigón al que Fisac se empeñó en devolverle su forma líquida, blanda, mutable, original, que encontraba a faltar en la rigidez de la arquitectura japonesa contemporánea.

“La arquitectura popular española tiene una alegría sana, limpia, de aire libre. Es una alegría para desear y envidiar, aunque no para copiar. Porque copiar lo espontáneo es como querer coger el aire con las manos… si queda algo entre ellas es polvo”. Fisac está en la Autobiografía que ha publicado Caniche. Está en las cien páginas que recogen sus ideas. No está su vida, sus datos vitales, pero sí sus ideas, las que fueron su vida. Y también está su voz, su tono, su verdad. “La arquitectura popular española no sirve para plagiarla, sino para aprender de ella honradez, verdadero funcionalismo y, sobre todo, amor al paisaje”.

Más allá de sus ideas, en este pequeño volumen, Fisac habla de sus fobias. De los caminos equivocados: el ambiente rabiosamente historicista y folclórico o el formalismo fantasmagórico de Louis I. Kahn. “Me creo en el deber de dar lo que tengo y decir lo que sé”. Eso es este libro: la docencia de Fisac. Convencido de que “si el hombre no se hubiera encontrado ante una naturaleza hostil, no precisaría de la arquitectura”, anotó. Y el tortuoso y, a la vez, sencillo camino que le llevó hasta ellas. El libro es un alegato a una arquitectura humanista y una paradójica defensa de la inseguridad y la duda y, atención, el riesgo como la sustancia más profunda de la cualidad humana.

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